No quiero que suene sexista.
Soy mujer, mis mejores amigas son mujeres.
Aunque tengo amigos (hombres) muy queridos también.
No quiero echarle piedras a nadie.
Simplemente necesito desahogarme, sacarme esto del pecho.
Quiero que reflexionemos juntos.
Quiero que deje de doler.
Quiero entender el por qué.
Quiero que crezcamos juntos.
Que nadie vuelva a pasar por esto.
Que aprendamos a ponernos en los zapatos del otro.
Resulta que tengo nueve años, si cuento el embarazo, sola con mi hijo.
Sola para sacarlo adelante.
Sola para mantener mi hogar, en todos los sentidos.
Sola para sacar adelante mi trabajo.
Sola para generar suficiente -desde cero- para alimentar dos bocas.
Y a lo largo de estos años, varias amigas -madres- me han expresado -sin ninguna mala intención, lo sé- que podría hacer un poco más.
Que seguramente podría esforzarme un poco más en un área u otra.
Y sé que lo dicen con la mejor intención del mundo.
Lo dicen desde el amor.
Pero a ese amor, de donde viene la amigable sugerencia, le falta ponerse los lentes de la empatía.
Le falta caminar dos días seguidos en mis zapatos.
Y no.
No lo digo como un "pobrecita yo".
No lo digo como reproche.
Nada más lejos de la realidad.
Lo digo porque es muy fácil juzgar desde afuera.
Es muy fácil decir "yo en tu lugar".
Pero es que no estás en mi lugar, ni lo has estado, y de corazón deseo que no lo estés nunca.
Varias amigas muy queridas, con esposos amorosos e involucrados en la crianza de sus hijos, que son madres a tiempo completo -y no les quito mérito en lo absoluto- me han hecho comentarios así.
Y resulta que no.
Que no sabes lo que se siente desde aquí.
No sabes lo que es arrastrarte hasta la cama llorando porque no has tenido 2 segundos de silencio en 3 días seguidos.
Porque todos los días tienes a alguien que toma el relevo y puedes darte el lujo de bajar la guardia en algún momento.
Resulta que es muy fácil hablar desde afuera.
Y resulta que mis amigos hombres, que son padres amorosos, se quedan boquiabiertos cuando les cuento.
Siento que sí lo ven, que lo entienden sin mediar tantas palabras.
A veces, incluso, en medio del llanto por extremo cansancio que tenía, he deseado ser padre por un rato.
He deseado ser uno de esos papás amorosos de antaño.
De esos que trabajan fuera de casa.
De esos que llegan por la tarde y van al parque con los niños, y los llenan de besos.
De esos que se sientan a cenar con la familia, y luego leen cuentos a sus hijos.
De esos que no llevan absolutamente toda la casa y toda la familia en los hombros -con todo lo que implica-.
Y ellos no son así, mis amigos papás hacen mucho más que eso.
Unos trabajan desde casa para pasar el día con sus hijos y verlos todo lo posible.
Otros son papás a tiempo completo mientras su pareja trabaja fuera del hogar y extraña pasar más tiempo con sus hijos.
Otros trabajan demasiadas horas para mantener todo a flote y se dejan a un lado para dar todo a sus pequeños.
El asunto es entender por qué.
¿Por qué mis amigas madres me dicen "podrías hacer un poco más" mientras que mis amigos padres me dicen "eres mi héroe", o "Loumita, no sé cómo lo haces. Te admiro"?
¿Por qué un hombre -o mejor no generalizo- es capaz de dar un paso atrás y ver la situación en perspectiva a la vez que una mujer -por lo general- está tan inmersa en ella, en el autosacrificio, que te ve desmoronarte y aún insinúa que puedes seguir, con más incluso, sobre los hombros?
¿Por qué la sociedad y las religiones enaltecen y admiran el martirio?
¿Por qué no sabemos decir "¡Basta!"?
¿Por qué nos cuesta tanto pedir ayuda?
¿Por qué nos sentimos con derecho a hacerle reproches a los demás?
Así que quería dejar esta reflexión por aquí.
Quería saber qué piensas tú.
Quería abrir el debate.
Nadie es perfecto.
Nadie tiene todas las respuestas.
Cada uno tiene sus circunstancias.
Cada uno lucha sus propias batallas.
Podríamos ser más amables con el de al lado, ¿no?
No sabes qué se siente caminar en sus zapatos.
No sabes por qué está pasando.
Y si puedes, aprende a cuidar de ti mismo, a dejar de ponerte a un lado, a nutrirte, a organizarte para tener tiempo y equilibrio entre lo laboral, lo personal, lo familiar, lo social, lo emocional, lo tangible y lo intangible.
Para que no llegues al burnout como me pasó a mí, hace años.
Como nos pasa a tantos.
Para que vuelvas a lo que mi mamá llama The Happy Middle, o lo que es lo mismo, el equilibrio feliz.
O sea que si recorres un camino pendular; te vas a un extremo de autosacrificio y ponerte a un lado, o al otro de negligir lo demás y ser autoindulgente -ambos igual de nocivos-, busques el centro donde la mayoría de las necesidades están cubiertas.
Incluso las tuyas.
Primero las tuyas.
Donde todos somos felices.
Donde todos nos sentimos plenos y nutridos, en el sentido amplio de la palabra.
Siento que hacía falta decirlo.
Me quedé más ligera.
Gracias, Muso.
Si quieres conocer la herramienta con la cual yo he pasado del burnout al Happy Middle, haz click aquí.